«El derecho a tener derechos, o el derecho de cada individuo a pertenecer a la humanidad, debe ser garantizado por la propia humanidad», Hannah Arendt

El derecho a tener derechos, o el derecho de cada individuo a pertenecer a la humanidad, debe ser garantizado por la propia humanidad

Hannah Arendt, filósofa alemana, en Los orígenes del totalitarismo (1951)

El contexto en el que vivimos hoy en día está lleno de incertidumbre, complejidad y cambio, globalización y desigualdad. Todos estos aspectos repercuten en el bienestar de las personas, los grupos y las comunidades. Nos enfrentamos a múltiples problemas, como la pobreza, los altos niveles de emigración e inmigración, los importantes grados de diversidad social, el aumento de la competitividad y la precariedad, y la sobreexplotación de los recursos naturales, que se entrelazan e interactúan.

Estos aspectos impregnan nuestra vida cotidiana, lo que conlleva oportunidades inesperadas, pero también causa muchos problemas y margina a un número creciente de personas, desde las más vulnerables hasta la clase media, que hasta ahora podían sentirse protegidas. Especialmente las universidades, por su naturaleza, necesitan invertir en investigaciones e intervenciones integrales e interdisciplinarias en estrecha colaboración con el territorio, para promover el crecimiento en cuanto a valores, democracia, inclusión y sostenibilidad.

Como es fácil de comprender, estos aspectos se sumarán y entrelazarán con otros componentes que tradicionalmente y de forma prototípica se atribuyen a la cuestión de la heterogeneidad, como los relacionados con las deficiencias, las dificultades de aprendizaje, las diferencias de género, etc. Todo ello crea una situación dinámica y «cambiante», en la que entran en juego culturas, biografías, repertorios de identidades, habilidades y destrezas diferentes, así como distintas formas de comunicación e interacción entre los individuos, que crean escenarios complejos y difíciles de predecir [Nota & Rossier, 2015].

Es evidente que la sociedad en la que vivimos presenta aspectos tanto macro como mesosistémicos, dispuestos a agravar los conflictos sociales y a ensombrecer el proceso de construcción de vidas centradas en los derechos humanos. Así, se está registrando un aumento de diversas formas de malestar, dificultad y vulnerabilidad a nivel del microsistema. A nuestro entender, todo ello requiere unos instrumentos culturales diferentes, así como unos procedimientos de análisis e intervención distintos a los que estábamos acostumbrados a aplicar.

La inclusión se convierte así en una forma de pensar la realidad cada vez más reclamada.

En palabras de Shafik Asante, antiguo líder de las New African Voices, queda muy claro cómo la inclusión está estrictamente ligada a la «singularidad»: «La inclusión es reconocer que somos ‘uno’ aunque no seamos iguales». Asante afirma además que la lucha por la inclusión también implica asegurar que los entornos sean capaces de garantizar que cada persona, con sus características particulares, pueda participar activamente en la vida social y civil [Asante, 2002].

Por lo tanto, los entornos inclusivos requieren que todos los miembros de la comunidad sean capaces de identificar y poner de manifiesto las discriminaciones existentes, pedir cambios, proporcionar apoyo y crear redes de protección, no como un favor hacia los menos afortunados, sino como una responsabilidad hacia las características únicas que todos tenemos.

La inclusión tiene como objetivo identificar los cambios necesarios para que los diferentes entornos permitan a todos tener una vida de calidad, ya que representa una forma original y no estandarizada de vivir juntos en la creencia de que las diversidades son oportunidades que hay que aprovechar y recursos reales para la comunidad, así como un activo que hay que valorar [Shogren, Luckasson y Schalock, 2014].

La inclusión nos enseña a reducir prejuicios y estereotipos y promueve el desarrollo de habilidades complejas para relacionarse, así como la sensibilización pública, la solidaridad, la conciencia y la capacidad de actuar colectivamente para proteger y dar forma a los derechos humanos contra la explotación [Nota, Ginevra & Soresi 2018].

Con una amplia perspectiva inclusiva, Arqus, a través de su Línea de Acción 2: Ampliación del acceso, la inclusión y la diversidad, liderada por la Universidad de Padua, pretende desarrollar políticas compartidas, directrices y una estrategia transversal, basada en la investigación, para la inclusión y la diversidad de todos los miembros de la comunidad universitaria, en todos los niveles, facilitando políticas de admisión y contratación inclusivas. Tres estatutos comunes para la sostenibilidad, la inclusión y la igualdad de género sentarán las bases para futuras acciones dentro de la Alianza y aumentarán la concienciación, al llegar a los ciudadanos y comprometer a los responsables en la toma de decisiones. Estamos preparando el terreno para atraer el talento de los grupos menos representados, sin dejar a nadie atrás.

Promovemos la conciencia de que hay que superar la visión individualista y que cada uno de nosotros forma parte de una realidad más amplia, en la que el daño o el beneficio de una parte repercuten en el conjunto. Solo esta nueva conciencia cosmopolita y global puede dificultar la desatención o incluso el desprecio por la calidad de vida de los demás.

Versión original